En 1982 Carol Gilligan publica in a different voice que en castellano se tradujo en "La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino". En esta obra, la autora “pone de manifiesto cómo Freud, Piaget y Kohlberg habían estudiado ampliamente el modelo masculino de desarrollo moral, presentándolo como el patrón universal” (FASCIOLI, 2010:43). Carol Gilligan descubre que los varones y las mujeres desarrollan teorías éticas diferentes, por la socialización diferenciada de que son objeto, y estas teorías éticas influyen en sus comportamientos morales. De esta manera, determina que los varones desarrollan una ética de la justicia, y las mujeres, una ética del cuidado basada en la responsabilidad. Este trabajo tiene muchos meritos, y entre ellos está el de rescatar la voz de las mujeres durante tanto tiempo silenciadas.
“El imperativo moral que surge repetidas veces en entrevistas con mujeres es un mandamiento de atención y cuidado, una responsabilidad de discernir y aliviar las dificultades auténticas y reconocibles de este mundo. Para los hombres, el imperativo moral parece, antes bien, un mandamiento de respetar los derechos de los demás, y así, de proteger de toda intrusión los derechos a la vida y la autorrealización. La insistencia de las mujeres en el cuidado y la atención, al principio, es autocrítica, más que auto-protectora, mientras que los hombres conciben inicialmente la obligación hacia los demás negativamente, en función de no intromisiones. (…) Para las mujeres, la integración de derechos y responsabilidades se logra mediante un entendimiento de la lógica psicológica de las relaciones. Este entendimiento modera el potencial autodestructivo de una moral autocrítica, afirmando la necesidad de dar cuidado a todas las personas.” (GILLIGAN, 1985:165-166)
Lo descrito anteriormente es importante para abordar el tópico de la mujer y el cuidado. La teoría feminista ha puesto de manifiesto como el sistema patriarcal que dirige la sociedad ha divido la vida en dos esferas, la pública y la privada, y ha dotado de gran valor a la primera en detrimento de la segunda. Además de ello, ha reservado para el género masculino el predominio en la esfera pública de la vida –dotada de gran valor- y recluido a las mujeres a la esfera privada. Así es como la mujer, investida de una falsa soberanía en el hogar, es quien se hace cargo del cuidado y la atención de los otros, y es socializada para que asuma ese rol. Quisieramos aclarar que esta ética del cuidado no es inferior a la ética de la justicia desarrollada por los varones, sino que Gilligan la enuncia como complementaria (FASCIOLI, 2010:55-56). Aun así, sí es importante destacar que todo lo acontecido dentro de la esfera privada, y toda aquella tarea desarrolladas por mujeres siempre han gozado de menos prestigio social según la escala de valores androcéntrica que guía nuestras vidas.
Las labores de cuidado son absolutamente imprescindibles: las necesitamos cuando nacemos, y por un lapso prolongado de tiempo todos por igual. Necesitamos cuidados en caso de sufrir alguna discapacidad, temporal o permanente (en donde todos los seres humanos podemos ser pasibles de esta eventualidad, es decir, a todxs nos puede pasar sufrir una enfermedad o accidente incapacitante) y los necesitamos en la vejez, más hoy aún que se ha acrecentado la esperanza de vida, pero no siempre va acompañada de total autonomía para llevar la misma vida que veníamos llevando. Todxs somxs porque alguien nos ha cuidado.
De acuerdo a lo anterior, podemos decir que no sólo es negativo que los cuidados recibidos y entregados no gocen del prestigio social que deberían, ya que posibilitan la existencia humana, sino que además de ser poco considerados, se asumen como un trabajo exclusivamente femenino y que por circunscribirse a la esfera de lo doméstico, de lo privado, no se le reconozca el enorme valor que posee, ya que, como dijimos antes, todxs podemos sufrir circunstancias que nos hagas más o menos dependientes: enfermedades, accidentes, la vejez. Asimismo, no solamente se lo asume como una labor femenina, sino como una obligación femenina, tanto por varones como por mujeres.
De acuerdo con Marcela LAGARDE: “El cuidado pues está en el centro de las contradicciones de género entre mujeres y hombres y, en la sociedad en la organización antagónica entre sus espacios. El cuidado como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad. De ahí que, si queremos enfrentar el capitalismo salvaje y su patriarcalismo global, debemos romper con la naturalidad del cuidado por género, etnia, clase, nación o posición relativa en la globalización” (LAGARDE: 2003:3)
Resulta paradójico que a las mujeres nunca se les ha reconocido el valor del trabajo realizado en el hogar, cuidando a la familia, sino que además, con los cambios sociales operados, y la apertura del mercado de trabajo extra-domésticos para el género femenino, hoy pueden ser señaladas como las responsables de la destrucción de hogares, del desafecto que sufren lxs ancianxs, de la mala educación que reciben lxs niñxs. Y es que además, las mujeres sufren una doble jornada, ya que trabajan fuera y dentro de casa, lo que se traduce en demasiada responsabilidad, y la misma no va acompañada del reconocimiento que debiera. En el momento en que comprendamos cuánto dependemos de esa labor desempeñada (casi en su totalidad) por mujeres para existir, que le demos la trascendencia que se merece, caeremos en la cuenta de que la existencia de la sociedad como tal es el resultado de las funciones cumplidas por las mujeres, porque todxs fuimos y seremos cuidados.
Es necesario internalizar como sociedad que los cuidados son imprescindibles, y que no tienen rostro de mujer. La socialización diferenciada es un obstáculo para alcanzar la igualdad, y esto no es ninguna novedad. La universalización de la ética del cuidado, como el disparador de comportamiento morales relacionado con el cuidado de lxs otrxs puede ser un paso importantísimo para que varones y mujeres se vieran comprometidos con el cuidar de otrxs. Darse cuenta de la importancia del cuidado, es simplemente un razonamiento del sentido común. Sin embargo ha sido deliberadamente desprovisto de valor, junto con el ser mujer y la esfera doméstica; y todo por el mismo precio.
Podemos decir entonces, que es una verdad no discutida el hecho de que son las mujeres quienes asumen en abrumadora mayoría estas labores de cuidado. También es un hecho el que estos cuidados son necesarios, ya que hay gran parte de la población que actualmente los necesita, pero además, porque todxs y cada unx de nosotrxs, podemos sufrir una situación incapacitante e incluso, la vivimos cuando fuimos niños y niñas, y debido al cuidado recibido en esa instancia es que hoy formamos parte de la sociedad. Debemos abogar por que estos cuidados reciban el prestigio social que en efecto deberían de tener, ya que gracias a ellos todxs somos personas; y además también debemos liberar a las mujeres de esta obligación moral impuesta, entendiendo que varones y mujeres son igualmente aptos para el desarrollo de esta tarea. Y así habremos dado un paso más en pos de la igualdad efectiva entre mujeres y varones.
Las labores de cuidado son absolutamente imprescindibles: las necesitamos cuando nacemos, y por un lapso prolongado de tiempo todos por igual. Necesitamos cuidados en caso de sufrir alguna discapacidad, temporal o permanente (en donde todos los seres humanos podemos ser pasibles de esta eventualidad, es decir, a todxs nos puede pasar sufrir una enfermedad o accidente incapacitante) y los necesitamos en la vejez, más hoy aún que se ha acrecentado la esperanza de vida, pero no siempre va acompañada de total autonomía para llevar la misma vida que veníamos llevando. Todxs somxs porque alguien nos ha cuidado.
De acuerdo a lo anterior, podemos decir que no sólo es negativo que los cuidados recibidos y entregados no gocen del prestigio social que deberían, ya que posibilitan la existencia humana, sino que además de ser poco considerados, se asumen como un trabajo exclusivamente femenino y que por circunscribirse a la esfera de lo doméstico, de lo privado, no se le reconozca el enorme valor que posee, ya que, como dijimos antes, todxs podemos sufrir circunstancias que nos hagas más o menos dependientes: enfermedades, accidentes, la vejez. Asimismo, no solamente se lo asume como una labor femenina, sino como una obligación femenina, tanto por varones como por mujeres.
De acuerdo con Marcela LAGARDE: “El cuidado pues está en el centro de las contradicciones de género entre mujeres y hombres y, en la sociedad en la organización antagónica entre sus espacios. El cuidado como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad. De ahí que, si queremos enfrentar el capitalismo salvaje y su patriarcalismo global, debemos romper con la naturalidad del cuidado por género, etnia, clase, nación o posición relativa en la globalización” (LAGARDE: 2003:3)
Resulta paradójico que a las mujeres nunca se les ha reconocido el valor del trabajo realizado en el hogar, cuidando a la familia, sino que además, con los cambios sociales operados, y la apertura del mercado de trabajo extra-domésticos para el género femenino, hoy pueden ser señaladas como las responsables de la destrucción de hogares, del desafecto que sufren lxs ancianxs, de la mala educación que reciben lxs niñxs. Y es que además, las mujeres sufren una doble jornada, ya que trabajan fuera y dentro de casa, lo que se traduce en demasiada responsabilidad, y la misma no va acompañada del reconocimiento que debiera. En el momento en que comprendamos cuánto dependemos de esa labor desempeñada (casi en su totalidad) por mujeres para existir, que le demos la trascendencia que se merece, caeremos en la cuenta de que la existencia de la sociedad como tal es el resultado de las funciones cumplidas por las mujeres, porque todxs fuimos y seremos cuidados.
Es necesario internalizar como sociedad que los cuidados son imprescindibles, y que no tienen rostro de mujer. La socialización diferenciada es un obstáculo para alcanzar la igualdad, y esto no es ninguna novedad. La universalización de la ética del cuidado, como el disparador de comportamiento morales relacionado con el cuidado de lxs otrxs puede ser un paso importantísimo para que varones y mujeres se vieran comprometidos con el cuidar de otrxs. Darse cuenta de la importancia del cuidado, es simplemente un razonamiento del sentido común. Sin embargo ha sido deliberadamente desprovisto de valor, junto con el ser mujer y la esfera doméstica; y todo por el mismo precio.
Podemos decir entonces, que es una verdad no discutida el hecho de que son las mujeres quienes asumen en abrumadora mayoría estas labores de cuidado. También es un hecho el que estos cuidados son necesarios, ya que hay gran parte de la población que actualmente los necesita, pero además, porque todxs y cada unx de nosotrxs, podemos sufrir una situación incapacitante e incluso, la vivimos cuando fuimos niños y niñas, y debido al cuidado recibido en esa instancia es que hoy formamos parte de la sociedad. Debemos abogar por que estos cuidados reciban el prestigio social que en efecto deberían de tener, ya que gracias a ellos todxs somos personas; y además también debemos liberar a las mujeres de esta obligación moral impuesta, entendiendo que varones y mujeres son igualmente aptos para el desarrollo de esta tarea. Y así habremos dado un paso más en pos de la igualdad efectiva entre mujeres y varones.
Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino
Bibliografía:
Bibliografía:
- FASCIOLI, Ana, “Ética del cuidado y ética de la justicia. En la teoría moral de Carol Gilligan”, en Revista ACTIO nº 12, diciembre 2010.
- GILLIGAN, Carol, La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
- LAGARDE, Marcela. Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción. Sare-Emakunde 2003
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