Amordazar

Autor: Gabriel Sanz

Bienvenidos a De(s)generando el género.

DE(s)GENERANDO EL GÉNERO nace de la necesidad de aunar esfuerzos para lograr la Igualdad de género. El nombre no es casual, sino que se enraíza en el fin que perseguimos: degenerar los conceptos que inundan las consideraciones de género para llegar a deshacerlo, desgenerarlo, y despojarlo de todos estereotipos y mandatos que marcan “el deber ser”en función del sexo con el que nacimos. Nos definimos como feministas, porque creemos que la única forma de vivir en un mundo más justo se relaciona con la igualdad real de oportunidades entre mujeres y hombres. Creemos que la educación e información, son la herramienta que nos permitirá vivir en la diversidad, la pluralidad y tolerancia humana. Tenemos la convicción de que esto es posible, y por eso armamos este BLOG , el cual dividimos en secciones que nos parecen de interés para quien quiera acercarse a la temática y estar actualizad@. Las sección “Reseñas”, haremos un breve análisis de distintos títulos de libros y películas que abordan la temática . En las “noticias destacadas”, exponemos los sucesos más relevantes e inauditos, con un pequeño análisis de las mismas. En la agenda, publicamos los eventos relacionados con la temática. En los links de interés, aquellos enlaces que creemos interesantes. Y en la página principal habrá una producción nuestra sobre diversos temas. Todas estas secciones, las vamos a actualizar semana a semana, ya que creemos que la Igualdad y la concientización, es un camino de todos los días.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Apuntes sobre el rol de las mujeres en la producción de arte literario


La mujer, tal como es, es un individuo
completo: la transformación no debe producirse
en ella, sino en cómo ella se ve dentro del
universo y en cómo la ven los otros
Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, 1972, p. 49

Si partimos de la idea (errónea a nuestro modo de ver) de que el arte es una entidad autopercibible por su sola condición de ser arte, y que lxs seres humanxs poseemos una cualidad para poder detectarlo, puro y limpio de cualquier funcionalidad, despojado de adjetivos calificativos, efectivamente esta cuestión deja por fuera las condiciones históricas que realmente hacen a que una obra determinada de la literatura, pintura, escultura, etcétera, sea considerado - o no - arte.
Esta concepción del arte ha respondido a la pregunta ¿por qué determinado sector de la población no produjo arte durante un determinado lapso de tiempo? con la sola idea de la creación artística como una especie de don de la humanidad que beneficia a unos pocos. La elección del masculino para designar a los productores del arte no es inocente, ni pretende ser genérico, el “unos pocos” marca que sólo los varones pudieron acceder durante mucho tiempo a ser considerados productores de arte, que además está determinado porque alguien/algunos y con menos frecuencia algunas, deciden qué es considerado arte. Podemos concluir, aunque no sea una novedad, que durante mucho tiempo a las mujeres se les ha negado voz, en el más amplio de los sentidos. 
¿Influyen las relaciones de poder en la producción de arte? De acuerdo a la concepción de Schucking, sí, precisamente, las relaciones de poder determinan lo que es arte y lo que no. ¿Por qué la literatura femenina estuvo muy ausente de este campo? ¿Es que no existía literatura escrita por mujeres o había una decisión deliberada para ignorarla, o incluso suprimirla? 
Si autores que marcaron y aún marcan el pensamiento occidental construyeron una femineidad subalterna, como Aristóteles, que consideraba a la mujer como “el defecto, la imperfección sistemática respecto a un modelo” -el masculino-; Santo Tomas de Aquino, quien opinaba que “la mujer necesita al marido no sólo para la procreación y la educación de los hijos, sino también como su propio amo y señor, pues el varón es de inteligencia más perfecta y de fuerza más robusta, es decir, más virtuosa"; o Rousseau, que aún hoy se sigue leyendo gracias a su construcción sobre el contrato social, y que en su obra “El Emilio o De la Educación” escrita en 1762 fundamentaba la división sexual del trabajo en detrimento de la mujer y también era de la idea de que las mujeres no tienen la misma capacidad de uso de la razón que el hombre, por ello deben dedicarse, casi exclusivamente, a complacerlo. Así las cosas es innegable el afán por construir a la mujer como inferior, incapaz por ello de producción artística.

Picasso, Mujer escribiendo, 1934.

La importancia de la literatura escrita por mujeres no se relaciona con un esencialismo ingenuo, sino más bien con la necesidad de que encuentren un lugar las voces de la mitad de la población, que podamos conocer cuál es su particular visión de los acontecimientos, cómo vivieron y viven, cómo percibieron y perciben, cómo valoraron y valoran la realidad que las rodea.
En 1848, se celebró en Seneca Falls, Estados Unidos, la primera Convención sobre los derechos de las mujeres, dando origen así al incipiente feminismo estadounidense. El resultado de la misma fue la Declaración de Seneca Falls, que en su apartado 13 establecía que “el varón ha procurado, por cuantos medios tuvo a su alcance, destruir la confianza de la mujer en sus propias capacidades, disminuir el respeto por sí misma y hacerle aceptar el vivir una vida de dependencia y servidumbre”. 
Si tenemos en cuenta que el arte es una manifestación humana, es lógico relacionar que los varones siempre tuvieron privilegios en relación con la manifestación de sus ideas, en contraposición de la no-voz que tuvieron las mujeres. Sin  embargo, tal y como lo señala Virginia Woolf, las mujeres sí han sido objeto de representación artística e incluso en pleno siglo XX, la abrumadora mayoría de los libros escritos sobre mujeres respondían a una autoría masculina.
La literatura tiene la virtualidad de dar voz a quienes no la tienen, aunque para las mujeres, tampoco la literatura les aseguró ese espacio, porque también fueron excluidas de este campo artístico, o muchas veces invisibilizadas sus producciones y aportes a la literatura.
Es muy útil para entender la ausencia de la mujer en la autoría de las producciones de arte, el ejemplo que da Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia sobre una imaginaria hermana de William Shakespeare, a la que nombra Judith. Esta comparación resulta maravillosamente ilustrativa de por qué cree la autora que las mujeres no están visibles en la historia de la humanidad, y particularmente en la rama de la literatura, y esa no-presencia se relaciona con el rol que se les asignó socialmente, que las alejaba indefectiblemente de las actividades públicas ejercidas por los hombres. Con esto nos demuestra que la mayoría de las veces no hace falta tener talento, porque la sociedad no da lugar a que ese talento se manifieste. La ausencia de educación, la analfabetización de muchas mujeres, la naturalización de una inferioridad construida culturalmente, las condiciones materiales de existencia determinaron que las mujeres puedan o no producir literatura, se las deje o no producir literatura.
Al respecto de Judith, Virginia nos cuenta que, reaccionando contra una boda que no le apetecía, “Hizo un paquetito con sus cosas, una noche de verano se descolgó con una cuerda por la ventana de su habitación y tomó el camino de Londres. Aún no había cumplido los diecisiete años. (…) Se colocó junto a la entrada de los artistas; quería actuar, dijo. Los hombres le rieron a la cara. (…) Judith no pudo aprender el oficio de su elección. ¿Podía siquiera ir a cenar a una taberna o pasear por las calles a la medianoche?” (2008:36). Esta imagen es confirmada por Dora Barrancos cuando nos dice que “las funciones fundamentales de la maternidad y el cuidado de la familia, que se creían constitutivos de la esencia femenina, la eximían del ejercicio de otras responsabilidades. Estas tareas eran incompatibles con las rudas responsabilidades “de la cosa pública”, cosa de hombres” (Barrancos, 2007:11)

Es tan patente la exclusión de las mujeres para producir arte, que cuando éstas comenzaron a escribir firmando con nombres de mujeres (no es novedad que muchas lo hicieron firmando con nombre de varón, por requerimiento editorial como, entre otras, Charlotte, Emily y Anne Bronte; Eduarda Mansilla, Emma de la Barra de Llanos en Argentina), cuando las mujeres se incorporaron masivamente al género literario, se creó una nueva categoría para éste, denominándose literatura femenina, como si fuera un tipo diferente de literatura. De acuerdo a ello, pensar en mujeres literatas nos exige pensar en la literatura como categoría dividida: literatura por un lado, y literatura escrita por mujeres por otro.
En el ámbito nacional, si pensamos un instante en quiénes son los referentes de la literatura argentina, enseguida se nos vienen nombres como Borges, Cortázar, Bioy Casares, Ernesto Sábato seguidos por Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Enrique Molina, Leopoldo Lugones, e incluso podemos llegar hasta los primeros exponentes como Esteban Echeverría, José Hernández , Ricardo Güiraldes, y Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, “La familia del Comendador” escrita por Juana Manso en 1854 puede considerarse la primera novela escrita y publicada por una mujer o por un varón en el país. En consonancia con lo expresado por Carla Lonzi: “La mujer ha tenido que sufrir su condicionamiento al ser reconocida como principio de inmanencia, de quietud, y no como otro modo de trascendencia que ha permanecido reprimido, a instigación de la supremacía del hombre. Hoy la mujer enjuicia” (1972:53).

Según la autora Lea Fletcher la irrupción de las mujeres en la vida literaria del país tiene su explosión después de que se generalizara la instrucción escolar, a partir de 1823 (Fletcher, 2007). “La quena” escrita en 1845 por Juana Manuela Gorriti se considera el puntapié inicial de la tradición narrativa femenina argentina. Además, la autora señala la trascendencia de la obra en cuestión para provocar un cambio del statu quo cuestionando la dependencia femenina y la toma de conciencia que las responsabilice para la participación en la esfera pública. Estratégicamente, la obra se dirigía a las mujeres.
Aunque Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla de García, Josefina Pelliza de Sagasta y Clorinda Matto de Turner son señaladas por Dora Barrancos como las precursoras de la narrativa argentina (2007), hay muchos nombres de mujeres en la literatura de  nuestro país que son desconocidos para el grueso de la población: Margarita Rufina Ochagavía quien fuera la primera en escribir sobre prostitución. Mercedes Rosas de Rivera (M. Sasor), la hermana de Juan Manuel de Rosas, escribió dos novelas, en una de las cuales se aborda el tema de arriesgarse a subvertir el rol asignado por las mujeres en esa época (Maria de Montiel- 1861). Rosa Guerra, Margarita Práxedes Muñoz y Lola Larrosa de Ansaldo fueron mujeres que escribieron y publicaron durante el siglo XIX en nuestro país (Fetcher, 2007).
No es la intención de esta entrada nombrarlas a todas, pero sí repensar la literatura nacional desde otro lugar y contestarle a quienes pensaron en el arte como algo por fuera de las condiciones históricas de la humanidad, atravesando la literatura por la categoría género. 
Es interesante la reflexión que hacen las mujeres, a través de la literatura, de su condición de subordinación y la necesidad de revertir esta situación, de ubicarse como sujeto histórico al lado del varón. ¡Cuánta reflexión nos habríamos perdido si las mujeres no tomaban la pluma entre sus manos! Virginia Woolf lo postula como una obligación de las mujeres: hay que escribir para lograr la emancipación. No podemos estar más de acuerdo, ya que seguimos en la construcción de una igualdad material, real; y por ello es necesario que la voz de las mujeres se escuche, y se lea la de aquellas que ya no están pero dieron el primer paso en la narrativa femenina y argentina. Las condiciones materiales de existencia condicionan las producciones de arte, y en este momento florecen las obras escritas por mujeres, debemos aprovechar la coyuntura y convertirla en una estructura. 

Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino

Bibliografía
BARRANCOS, Dora (2007) Mujeres en la sociedad argentina. una historia de cinco siglos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
CALVERA, Leonor, (1990) “Mujeres y feminismo en la Argentina” Grupo Editor Latinoamericano, Argentina.
CROCE, Benedetto (1913) «Lección primera: ¿Qué es el arte?», en Breviario de estética. Traducción de José Sánchez Rojas. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe, 1985. 
FLETCHER, Lea , (2007) Narrativa de mujeres argentinas : bibliografía de los siglos XIX y XX / edición literaria a cargo de Lea Fletcher - 1a ed. - Buenos Aires: Feminaria Editora, 2007.
LONZI, Carla (2004) Escupamos sobre Hegel. Rivolta Femminile, Milan, 1972.
SCHÜCKING, Levin Ludwig (1923) El gusto literario. Capítulos 1-2. Traducción de Margit FrankAlatorre. Primera edición en español corregida y aumentada. México-BuenosAires, Fondo de Cultura Económica, 1950.
WOOLF, Virginia (2008) “Una habitación propia”, Seix Barral Biblioteca Formentor, Barcelona, España.

jueves, 12 de diciembre de 2013

El sentimiento de culpa: Un instrumento político

En esta entrada pretendemos preguntarnos cuál es el lugar del sentimiento de culpa en las mujeres en general, y cual es su consecuencia en aquellas que estan siendo víctimas de violencia por el hecho de ser mujeres. Las diversas culturas han creado distintos instrumentos legales y simbólicos para sostener el statu quo y darle a la sociedad cierto “orden” -arbitrario, claro-. Lo aceptado y esperado vs. lo pecaminoso y delictivo marcan dos esferas que atraviesan la historia de lxs humanxs. Transitar por lo no aceptado tiene sus consecuencias: castigo y culpa. El castigo tiene más que ver con el miedo, pero la culpa se instala como un sentimiento mucho más profundo, que se arraiga en el ser cotidiano y que implica una manera -culpógena y por ende penosa, dependiente y autopunitiva- de ESTAR en el mundo.

¿De donde viene esta culpa? El sentimiento de culpa proviene de la diferencia que se registra entre lo que hago/soy y lo que debo hacer/ser. Esto último está compuesto por todas las identificaciones familiares y mandatos que nos constituyen de manera inconsciente. Como ya hemos desarrollado en distintas entradas, en el caso de las mujeres hay una fuerte presencia de mandatos de como debe ser una mujer: principalmente buena madre y buena esposa. Esto es corroborado en los dichos de muchas mujeres quienes se autoinculpan de todo lo que pasa a su alrededor: de trabajar y de dejar a lxs hijxs, de llegar “fuera de horario” a su casa, del fracaso de la relación, de provocar el enojo de su pareja...en síntesis de TODO. En el caso de las mujeres víctimas de violencia, la culpa asume un lugar protagónico -y de encierro-, y se apoya en una amalgama en la cual la mujer internaliza la culpa, y el varón la deposita siempre en el afuera: la familia, lxs amigxs, el trabajo, el estudio, las mujeres.

La socialización diferencial tiene su importante injerencia al propiciar la construcción de la identidad femenina en base a ciertos roles que implican anteponer las necesidades de lxs otrxs a las propias. Como se expuso en la entrada sobre El Amor Romántico, el amor es para las mujeres una renuncia personal, una entrega total, un infravalorar el deseo propio lo cual provoca entre otras cosas, la dependencia y la sumisión. Cuando aparece en una mujer algo de lo singular, de lo propio y de su deseo que no necesariamente coincide con la vida “adaptada” que viene viviendo, la culpa aparece como mecanismo que cual brújula, marca el camino que se DEBE seguir. Es interesante notar, como este sentimiento genera una repetición improductiva y autopunitiva que no permite movimientos propositivos sino de retroceso. El terreno de la culpa, es como un gran piso cubierto de pegamento que en apariencia nos permite movernos lánguidamente ensayando hipótesis, pero que en realidad nos mantiene estancadxs.

Del discurso de las mujeres a las cuales escuchamos, la maternidad es lo que les ocasiona más culpa y angustia. Tanto por demasía o por falta (de atención, de tiempo, de afecto), lxs hijxs siempre son una excedencia inabarcable que constantemente está pidiendo más... y una buena madre “tiene” que suplir esa demanda. Parte de nuestro trabajo con estas mujeres, es que puedan empezar a preguntarse que es ser una madre para ellas, y que puedan poner en jaque las certezas que las culpabilizan y atan. ¿Pero porque está tan arraigada? Porque la imagen de “cuidadora” y de “al servicio de”, se interioriza con los modelos identificatorios de madres/abuelas/profesoras/otras significativas que transmiten desde siempre que la imagen de una buena mujer tiene determinadas características, y no responder a ese ideal materno/femenino/social tiene consecuencias a nivel social y repercute en la subjetividad. ¿De que manera? Angustia, ansiedad y desgano son tres de los muchos síntomas por los cuales se manifiesta aquello que no se puede decir. En este punto, la culpa es también un mecanismos de autocastigo que enmudece las voces de muchas mujeres que quieren alzar su voz.


Cuando una mujer se aparta del sistema cultural que la define la culpa aparece como un objeto facilitador de la sumisión, conviertiéndose en un sentimiento insoportable y angustioso que inscribe que eso que se ha hecho está mal. Es decir la culpa, ya no es solo un mecanismo psicológico, sino también un instrumento político.

Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino






Bibliografía:
VI Congreso Estatal Isonomía sobre igualdad entre mujeres y hombres.  "Miedos, culpas, violencias invisibles y su impacto en la vida de las mujeres: a vueltas con el amor.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Reflexión crítica sobre la mediación y violencia contra las mujeres: razones para su prohibición


La ley 26.485 en su artículo 28 in fine prohíbe cualquier tipo de audiencias de mediación y conciliación. Es sabido que quienes están a favor de esta prohibición se basan en que la igualdad es una condición sine qua non para una mediación eficaz, y la situación de violencia(s) contra la(s) mujer(es) se origina en una situación de desigualdad histórica y estructural entre varones y mujeres. La desigualdad de partida que presentan las partes en estos casos obstaría someter cualquier problemática, aun las derivadas del derecho de familia, al proceso de mediación. (1)
Otra razón para adherir a la prohibición se relaciona con la influencia del estrés post traumático en una víctima de este tipo de violencia(s), presentándose con frecuencia sintomatología relacionada a lo que los especialista denominan “Síndrome de Estocolmo Doméstico” o "Sindrome de Indefensión Aprehendida", situación  que es considerada como provocadora de un consentimiento viciado por parte de la mujer a acceder al proceso de mediación. Es de importancia recalcar que uno de los principios que rigen la mediación es el de la voluntariedad. Otro gran motivo para estar a favor de la prescripción legislativa se relaciona con la necesidad de protección de la mujer víctima: como un proceso de mediación se basa en la cercanía de las partes, puede poner en peligro la seguridad física y psíquica de la mujer que ha sido víctima (2).
Si bien hay doctrina que se muestra a favor de una matización de los casos de violencia contra la mujer (3), y establece que bien podrían algunos de ellos de menor entidad resolverse dentro de este ámbito -evitando así todo lo que lleva aparejado la jurisdiccionalidad-, e incluso existe quienes dicen que el proceso de mediación puede favorecer al establecimiento de una situación de igualdad entre los mediados, ya que es una forma de respetar la autonomía de la mujer (negarle el acceso al proceso de mediación sería una medida paternalista y que la re-victimiza) (4), nosotras consideramos que hay una importante razón (además de las expuestass en los primeros párrafos) que se puede enunciar para reforzar la prohibición legal.
La mediación es un medio de solución de conflictos, un mecanismo “alternativo al judicial, caracterizado por la intervención de una tercera persona (mediador) cuyo objetivo es facilitar la avenencia y solución dialogada entre las partes enfrentadas, tratando de lograr que éstas logren una solución satisfactoria y voluntaria al conflicto, pero nunca ofreciéndola o imponiéndola”(5). Dos de los principios que rigen la mediación son los de confidencialidad y el de inmediatez, este último está determinado por la condición de que las partes y el mediador programen un número de sesiones  a las que van a concurrir los tres juntos, para encontrar la solución al problema cara a cara. 
Consideramos que este carácter de resolución privada del conflicto puede ser contraproducente al momento de analizar el mensaje que se puede enviar a la sociedad. El sometimiento a mediación de este tipo de cuestiones puede tender a invisibilizar el conflicto y su gravedad.
Aunque somos conscientes de que la jurisdiccionalización debe utilizarse en última instancia, en el tema puntual de la violencia contra la mujer es indudable que el valor simbólico que los tribunales tienen y el mensaje que envía a la sociedad es poderoso, sobre todo el que se trasmite al varón maltratador (y a toda la sociedad): el cese de la impunidad que había rodeado a este tipo de conductas se ha terminado. Quizá el resolver de la cuestión en el ámbito privado podría diluir el mensaje tan importante que representa la punibilidad de una conducta que la sociedad considera, o debe empezar a considerar, como intolerable. 

Obviamente entendemos que sin educación que acompañe, el mensaje puede no permear en las capas sociales, pero aun así creemos que estamos en una instancia en que todos los pasos deben darse hacia adelante en pos de visibilizar este flagelo.
Es por ello que consideramos que no solamente no se dan los presupuestos de base para una mediación como la igualdad real entre las partes, sino que también si operara la mediación en este tipo de conflictos quizá representaría una vuelta a recluir esta situación al ámbito doméstico, en el cual estuvo enclaustrado mucho tiempo y el cual fue funcional para el mantenimiento del statu quo de supremacía del varón sobre la mujer. Cuando desaparezca la desigualdad estructural que genera la violencia contra la mujer, van a desaparecer las objeciones a la utilización de la mediación como procedimiento eficaz. Cuando desaparezca la desigualdad estructural, no necesitaremos que el derecho envíe mensajes de ningún tipo a la sociedad, a los maltratadores y a las mujeres víctimas, mientras tanto, consideramos adecuada la prohibición de la ley 26.485, la prohibición de la suspensión del juicio a prueba (desarrollada jurisprudencialmente siguiendo a Belem do Para) y en estos los mismos términos, la supresión de la figura del avenimiento del Código Penal que funcionaba como instancia conciliadora entre una víctima de violación y su agresor. ¿Qué tipo de libertad para consentir puede operar en este tipo de situaciones en donde con una mirada, la mujer ya sabe todo lo que le puede pasar si no actúa como es esperado?

Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino

(1) De acuerdo: DEL POZO PÉREZ, Marta “¿Es adecuada la prohibición de mediación del art. 44.5 de la ley orgánica 1/2004?”, en MARTÍN DIZ, Fernando  (Coord.) La mediación en materia de familia y derecho penal. Estudios y análisis. Ed. Andavira Editora, Santiago de Compostela, 2011.
(2)  Se desarrolla esta objeción en:  DELGADO ÁLVAREZ, Carmen y SÁNCHEZ PRADA, Andres, “La inviabilidad de la mediación en violencia de género: claves psicológicas” en MARTÍN DIZ, Fernando  (Coord.) La mediación en materia de familia y derecho penal. Estudios y análisis. Ed. Andavira Editora, Santiago de Compostela, 2011.
(3) Conforme: MANZANARES SAMANIEGO, José Luis,  Mediación, reparación y conciliación en el derecho penal, Ed. Comares, Granada, 2007.
(4) De acuerdo: ESQUINAS VALVERDE, Patricia, Mediación entre víctima y agresor en la violencia de género, Ed.Tirant lo Blanch, Valencia, 2008.
(5) MARTÍN DIZ, Fernando, “Mediación en materia de violencia de género: análisis y argumentos” en Tutela jurisdiccional frente a la violencia de género: aspectos procesales, civiles y penales, Lex Nova, Valladolid, 2009, pág. 671.