Miedo
a denunciar, miedo a irse, miedo a quedarse, miedo a que le hagan
algo a lxs chicxs, miedo a lo que lxs hijxs piensen, miedo a que la
familia se entere, miedo a salir a la calle, miedo a la represalias,
miedo a hacer algo, miedo... miedo.. miedo...
En las trayectorias de mujeres en situación de violencia de género, el
miedo aparece como una emoción que por momentos toma toda la
experiencia y paraliza, inmoviliza, anula. ¿De que miedo hablamos?
¿No es acaso el miedo una especie de alarma? La función primordial
del miedo es ponernos alerta psicológica y fisiológicamente frente
a la existencia de un peligro, para superar la amenaza y conserva la
vida. Podríamos tildar esto como un respuesta instintiva. En las
situaciones de violencia de género el miedo no siempre funciona así,
sino como mecanismo de control inhibitorio de las conductas motoras
y subjetivas, lo cual deja a las mujeres que atraviesan dichas
situaciones frente a un peligro constante que a veces no logran
dimensionar.
Frente
a esto, es interesante pensar que “esperamos encontrar” al estar
con una mujer víctima de violencia. O mejor dicho, pensar que implica ser
una mujer víctima. No siempre las mujeres que atraviesan esta situación
se presentan como la “buena víctima”i
, es decir, envueltas en llanto, reflexivas, pidiendo ayuda y
permeables a nuestra ayuda “salvadora”ii, (al respecto puede verse la entrada Representaciones distorsivas sobre la mujer víctima/ en situación de violencia). Por el contrario, muchas veces nos encontramos con una mujer que
justifica y minimiza, que no parece pedir ayuda, que no puede
registrar el miedo y el peligro; con un relato desafectivizado, sin
posibilidad de pensar alternativas a la situación, y con un
arrasamiento subjetivo alarmante. O incluso mujeres víctimas enojadas con el
sistema público, con las personas que quieren ayudarla, con sus
familiares e incluso con nosotras. ¿Es menos víctima por eso? Claro
que no, lo que las convierte en mujeres víctimas es estar en una posición
de inferioridad respecto de un otro varón que la somete, aísla,
culpa y violenta de las formas más variadas, y quedando atrapadas en
un miedo que las paraliza física y psíquicamente.
El
miedo parte de las amenazas explícitas e implícitas y provoca la
inhibición y la restricción de la libertad. Ese miedo que silencia,
plaga la historia de estas mujeres. El quiebre de esta ausencia de
palabra y asumir su posición de víctimas respecto de ese otro que
las violenta permite sortear el mecanismo de defensa de la negación
(que es parte del círculo), y empezar a darle estatuto a lo vivido
como “parte” de una trayectoria y no como un todo, abriéndose la
posibilidad a otra escena que la reconecte con la vida. Identificarse con la figura de la víctima funciona como momento necesario para reconocerse en su realidad y transformar el sufrimiento en fuerza liberadora.
Cuando
poco a poco se puede ir poniendo en palabras, el miedo es traído a
la conciencia y el registro del peligro empieza a operar como señal
de alarma; con el tiempo cuando el miedo se va transformando y puede
ser enfrentado, provoca en la mujer su fortalecimiento y la
posibilidad de reconstruir su vida, cambiando el silencio por una
narrativa en torno al conocimiento de sus derechos.
Pero
esto es un proceso y la temporalidad es totalmente singular...
Reconocerse como sujeta de derecho, implica tomar conciencia de que
la persona que supuestamente se “eligió” como compañero, la
des-sujeto de sus derechos y de sí mismas; y esto sumado a las
estrategias de los agresores para socavar la autoestima de la mujer
minando su vida de amenazas y aislándola, dificulta mucho este
reconocimiento de lo propio.
Sin
embargo, a partir del registro de la situación, del pedido de ayuda
y de la búsqueda de un límite externo se empieza a abrir una grieta
que marca un precedente para la subjetividad de la mujer. La
denuncia, sea ésta seguida de una medida de protección y una decisión firme de salir de la situación, o solo quede en una
denuncia, se ancla en los límites internos que esa mujer comienza a
construir para poner fin a la violencia. Esa denuncia, anuncia algo
diferente al sobreponerse a la vergüenza que muchas veces impidió que realice ese acto.
Cuando
una mujer se anima a denunciar, hay un velo que se cae y le permite
ver que con ese varón no puede llegar a ningún acuerdo porque él
se seguirá sintiendo su dueño. Empieza a entender que la
cosmovisión de la vida de ese varón siempre la dejará en una
situación de opresión. Empieza a aceptar que mentirle a sus hijxs pintándole un padre que en realidad no existe, no los protege de nada
y le dificulta más el paso por esa situación que obviamente para
ellxs también es compleja. De a poco comienza comprender que la
opción más saludable para ella y sus hijxs (si los hubiera) es
enfrentarlo pero a través de la movilización de los recursos que
existen en defensa de las mujeres.
Y sin darse cuenta, empieza a
sentir la libertad de caminar por la calle...
.... de elegir
....de llegar
tranquila a su casa
....de disfrutar con amigxs
....de reirse con sus hijxs
y familiares
....de no sentir culpa
....de dejar de tener vergüenza
..... y de
que el miedo constante, sea un recuerdo.
Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino
i Que
esta expresión no sea tomada de forma literal: nos referimos a la
víctima que circula en las representaciones sociales.
ii Decimos
“salvadora” ironicamente, refiriendonos a aquellxs personas que
cabordan a una persona víctima desde esa posición.
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