lunes, 26 de mayo de 2014

El poder el miedo



Miedo a denunciar, miedo a irse, miedo a quedarse, miedo a que le hagan algo a lxs chicxs, miedo a lo que lxs hijxs piensen, miedo a que la familia se entere, miedo a salir a la calle, miedo a la represalias, miedo a hacer algo, miedo... miedo.. miedo...
En las trayectorias de mujeres en situación de violencia de género, el miedo aparece como una emoción que por momentos toma toda la experiencia y paraliza, inmoviliza, anula. ¿De que miedo hablamos? ¿No es acaso el miedo una especie de alarma? La función primordial del miedo es ponernos alerta psicológica y fisiológicamente frente a la existencia de un peligro, para superar la amenaza y conserva la vida. Podríamos tildar esto como un respuesta instintiva. En las situaciones de violencia de género el miedo no siempre funciona así, sino como mecanismo de control  inhibitorio de las conductas motoras y subjetivas, lo cual deja a las mujeres que atraviesan dichas situaciones frente a un peligro constante que a veces no logran dimensionar.
Frente a esto, es interesante pensar que “esperamos encontrar” al estar con una mujer víctima de violencia. O mejor dicho, pensar que implica ser una mujer víctima. No siempre las mujeres que atraviesan esta situación se presentan como la “buena víctima”i , es decir, envueltas en llanto, reflexivas, pidiendo ayuda y permeables a nuestra ayuda “salvadora”ii, (al respecto puede verse la entrada Representaciones distorsivas sobre la mujer víctima/ en situación de violencia).  Por el contrario, muchas veces nos encontramos con una mujer que justifica y minimiza, que no parece pedir ayuda, que no puede registrar el miedo y el peligro; con un relato desafectivizado, sin posibilidad de pensar alternativas a la situación, y con un arrasamiento subjetivo alarmante. O incluso mujeres víctimas enojadas con el sistema público, con las personas que quieren ayudarla, con sus familiares e incluso con nosotras. ¿Es menos víctima por eso? Claro que no, lo que las convierte en mujeres víctimas es estar en una posición de inferioridad respecto de un otro varón que la somete, aísla, culpa y violenta de las formas más variadas, y quedando atrapadas en un miedo que las paraliza física y psíquicamente.
El miedo parte de las amenazas explícitas e implícitas y provoca la inhibición y la restricción de la libertad. Ese miedo que silencia, plaga la historia de estas mujeres. El quiebre de esta ausencia de palabra y asumir su posición de víctimas respecto de ese otro que las violenta permite sortear el mecanismo de defensa de la negación (que es parte del círculo), y empezar a darle estatuto a lo vivido como “parte” de una trayectoria y no como un todo, abriéndose la posibilidad a otra escena que la reconecte con la vida. Identificarse con la figura de la víctima funciona como momento necesario para reconocerse en su realidad y transformar el sufrimiento en fuerza liberadora.
Cuando poco a poco se puede ir poniendo en palabras, el miedo es traído a la conciencia y el registro del peligro empieza a operar como señal de alarma; con el tiempo cuando el miedo se va transformando y puede ser enfrentado, provoca en la mujer su fortalecimiento y la posibilidad de reconstruir su vida, cambiando el silencio por una narrativa en torno al conocimiento de sus derechos.
Pero esto es un proceso y la temporalidad es totalmente singular... Reconocerse como sujeta de derecho, implica tomar conciencia de que la persona que supuestamente se “eligió” como compañero, la des-sujeto de sus derechos y de sí mismas; y esto sumado a las estrategias de los agresores para socavar la autoestima de la mujer minando su vida de amenazas y aislándola, dificulta mucho este reconocimiento de lo propio.
Sin embargo, a partir del registro de la situación, del pedido de ayuda y de la búsqueda de un límite externo se empieza a abrir una grieta que marca un precedente para la subjetividad de la mujer. La denuncia, sea ésta seguida de una medida de protección y una decisión firme de salir de la situación, o solo quede en una denuncia, se ancla en los límites internos que esa mujer comienza a construir para poner fin a la violencia. Esa denuncia, anuncia algo diferente al sobreponerse a la vergüenza que muchas veces impidió que realice ese acto.
Cuando una mujer se anima a denunciar, hay un velo que se cae y le permite ver que con ese varón no puede llegar a ningún acuerdo porque él se seguirá sintiendo su dueño. Empieza a entender que la cosmovisión de la vida de ese varón siempre la dejará en una situación de opresión. Empieza a aceptar que mentirle a sus hijxs pintándole un padre que en realidad no existe, no los protege de nada y le dificulta más el paso por esa situación que obviamente para ellxs también es compleja. De a poco comienza comprender que la opción más saludable para ella y sus hijxs (si los hubiera) es enfrentarlo pero a través de la movilización de los recursos que existen en defensa de las mujeres. 
Y sin darse cuenta, empieza a sentir la libertad de caminar por la calle...
.... de elegir
....de llegar tranquila a su casa
....de disfrutar con amigxs 
....de reirse con sus hijxs y familiares
....de no sentir culpa
....de dejar de tener vergüenza 
..... y de que el miedo constante, sea un recuerdo.

Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino


i Que esta expresión no sea tomada de forma literal: nos referimos a la víctima que circula en las representaciones sociales.

ii Decimos “salvadora” ironicamente, refiriendonos a aquellxs personas que cabordan a una persona víctima desde esa posición.

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