Compartimos la reflexión de las siguientes compañeras, a propósito del último ENM
Por: L. Barale, M. Borgognone, B. Burga (Licenciadas en Psicología), C. Dalla Cía, D. Dzienciol, L. Martinez (Licenciadas en Trabajo Social).
“Yo no me decido si esta bien o mal que los varones vengan al Encuentro. A ver convénzanme...”
Dijo Yanina en una charla entre pasillos de uno de los talleres del 31° Encuentro Nacional de Mujeres realizado en la Ciudad de Rosario.
Nosotras - que llevamos un par encima - ensayamos algunas respuestas.
Eso fue antes de que “pase” la represión.
1 El encuentro
Nace como lugar de encuentro entre mujeres que se hacían preguntas, que buscaban soluciones y que exigían respuestas. Y que con ello interpelaban a la sociedad y al Estado. Que ponían en juego sus cuerpos y afectos, sus ideologías y modos de ser y estar en el mundo. Y, sobre todo, sus ganas de deconstruirlos.
Empezaron siendo pocas. Iban de a cientos. De a miles. En el 96 ya eran unas 15 mil. Del 2010 en adelante empezamos a sumarnos de a 10 mil. Y cada vez fuimos más las que estábamos dispuestas a ponernos en juego, a atravesar y ser atravesadas por la(s) experiencia(s) del Encuentro. En cada uno de ellos la pregunta que hizo Yanina resonó de diferentes modos y halló otras respuestas.
2 El cuerpo
Nuestro cuerpo es otro. Diferente al de los varones.
Sus modos de afectación y de circular son otros.
Nuestro cuerpo es un territorio de disputa.
Es político.
Nuestro cuerpo se construyó en límites. En circunscripciones: a la casa. A la cría. Al macho (*). Al cuarto que nunca fue propio.
Nuestro cuerpo tuvo que romper cadenas para volverse otro.
Tuvo que salir. Que Gritar.
Mostrarse. Juntarse. Encontrarse. Solidarizarse. Potenciarse.
¿Y el de ellos?
3 La voz y la mirada
En esos encuentros aprendimos a dialogar, a disputar, a negociar.
A hacer de nuestros malestares, angustias y alegrías -guardadas en espacios íntimos y privados- un espacio común.
A construir nuestras propias narraciones.
Desde nuestra mirada.
Con nuestra voz.
Con la perfo. Con las fotos. Con los tetazos. Con los besazos. Con los cuerpos intervenidos de consignas y reivindicaciones. Con manifiestos y manifestándonos.
Nosotras nos narramos.
Nosotras nos hablamos.
Nosotras nos miramos.
Nosotras nos habitamos.
4 El espacio
Una comunidad. Un aquelarre.
Una cofradía. Que nada tiene que ver con la cofradía en la que se criaron los machos y con la que aprendieron a serlo. Ser macho es serlo en función de un otro del que defenderse, al que se le teme y al que hay que hacerle la guerra, con el que competir y al que vencer.
La nuestra está hecha de alteridades. La nuestra celebra la diferencia. No le teme. La vuelve una fiesta, un territorio o rizoma.
5 La orga
“Ellos nos ayudan a llevar las banderas”
Podemos llevarlas solas. Entre nosotras. No hace falta que vengan a eso.
“Nos dan seguridad”
¿Seguridad?
Ellos tienen otros enemigos.
Y nosotras sí, claro que tenemos que cuidarnos y estar preparadas.
A la violencia machista, autodefensa feminista.
Pero no es de la misma manera.
“Nos cocinan y cuidan los pibes”
En el patriarcado está naturalizado que nosotras nos ocupemos de todas las tareas- propias del cuidado y del ámbito doméstico- para que ellos vayan y circulen en el espacio público.
Se ocupan por dos días de aquello que en nosotras está históricamente legitimado que hagamos.
Y si tan necesario fuera podrían hacerlo sin necesidad alguna de ser parte de nuestros espacios.
Se puede construir con los compañeros varones durante todo el año, pero estos son tres días de encuentro feminista entre mujeres.
Antes de que “pase” la represión.
En el encuentro pasaron muchas cosas. Pasaron los 69 talleres en los que discutimos sobre política y modos de organizarnos, de economía y cultura, sobre nuestros cuerpos y nuestras sexualidades, sobre el aborto, sobre la feminización de la pobreza.
Pasaron las actividades culturales, las mesas debates, las perfo, la música y las fiestas.
Pasamos nosotras y nuestras pasiones: lloramos, nos reímos, nos enojamos, nos peleamos, negociamos, nos enamoramos.
Y pasó la marcha. Más de 80 mil mujeres desplazándose, circulando en ese espacio público del que nos relegaron.
Todas una. En tetas. Pintadas. Grafiteando. Gritando. Cantando colectivamente. Invitando a las mujeres que se asomaban desde algún balcón: “Mujer, escucha, únete a la lucha”.
Un sólo cuerpo. De blancas, de negras villeras, de gordas, de tortas, de travas, de trans, de migrantes.
Un cuerpo político irrumpido por ellos, los varones presentes. Circulando “pasivamente”.
La iglesia, la policía, ellos. Y Nosotras
En la marcha se llega a la iglesia.
La iglesia y sus mandatos al servicio de la heteronormatividad.
Su yugo de la maternidad obligatoria, de la mujer sumisa y devota, de la sexualidad a los fines de la reproducción.
Se llega hasta cada una de las iglesias y catedrales para repudiar a la iglesia católica apostólica romana, no como credo sino como institución patriarcal, y como tal enemiga de nuestros derechos. Para repudiar al Estado que la banca, y no sólo ideológicamente sino con asignación presupuestaria. Y para repudiar también a la policía que protege a los que nos matan, a los que nos golpean, a los que nos violan.
Y al llegar se despliegan imágenes. Imágenes que hablan.
La cantidad de policías. Los Varones. Periodistas (también hombres). Una especie de plástico y las vallas que protegen a la iglesia. A los fieles y a los polis. La iglesia plastificada. La fuerza represora protegida y agazapada: no están porque no se ven.
Pero si están.
Están esperando que algo, cualquier cosa: una botella, una piedra, un palo les dé la excusa para justificar la represión.
Y otra foto. Otra imagen. Que después sale en los diarios.
Contada por ellos.
Y entonces... ¿por qué la represión?
Y ensayamos también otra respuesta, que nos llevó a otras reflexiones. Que tienen que ver con los argumentos que intentamos frente a la pregunta de Yanina.
Con la iglesia, con la policía y los varones.
Esa tríada que históricamente nos reprimió.
Pensamos otra vez en ellos.
Que no se bancan no ser protagonistas.
No poder serlo.
Pensamos en sus modos de interpelar y de poner el cuerpo. Modos que responden a las micropolíticas del macho. Que nada tienen que ver con las nuestras.
Evitemos que se nos metan en nuestro (s) cuerpo (s), que se encarnen en nuestras ideas.
Cada año son más- aunque por ahora sean “pocos”- los varones que de un modo “pasivo”, subrepticio, solapado, “participan” del Encuentro.
Son ellos tomando ese espacio que tanto nos costó ocupar.
Para 'bancar' nuestra lucha.
Pero no hace falta. No durante el encuentro. No de ese modo. Nosotras ya luchamos solas. Llevamos muchísimos años haciéndolo y 31 encuentros visibilizándolo.
Armen o participen de sus propios espacios.
No hablen por nuestros derechos ni hagan suyas nuestras reivindicaciones.
Denuncien y renuncien a sus privilegios.
Eso nos es suficiente.
(*) Nos referimos al macho en referencia al varón patriarcal.
Y cuando hablamos de varones lo hacemos en referencia a varones cisgénero.