El
acoso callejero es una de las formas de violencia simbólica hacia
las mujeres más naturalizada. Prueba de esto es que pese a la incomodidad que nos genera, no todas las mujeres nos atrevemos a
responder in situ, y la respuesta que muchas veces recibimos al
socializarlo es ¡no es para tanto! ¡Es un piropo!
En
esta entrada -y en consonancia con la semana contra el acoso
callejero- pretendemos repensar el lugar del piropo, de donde viene,
que representa, y que se invisibiliza tras su naturalización.
Como
dijimos al inicio, estamos en el terreno de la violencia simbólica.
Bourdieu sostiene que ésta “se instituye a través de la adhesión
que el dominado se siente obligado a conceder al dominador” (2000:51)
y que “la fuerza simbólica, es una forma de poder que se ejerce
directamente sobre los cuerpos y como por arte de magia, al margen de
cualquier coacción física” (2000:56). Es decir que este acceso al
cuerpo de la mujer tanto de manera carnal o verbal se produce porque
esta incorporada la relación de dominio.
En
esta línea, Rita Segato nos aporta en su libro Las Estructuras
Elementales de la Violencia, una idea que nos permite poner en duda
la inocuidad del piropo callejero: “El uso y abuso del cuerpo del
otro sin su consentimiento puede darse de diferentes formas, no todas
igualmente observables” (2010; 40). Esta idea nos invita a
cuestionar el estatus del piropo tanto en su forma “linda” como
en las más “groseras”. ¿De que hablamos entonces, cuando una
persona -extraña o no- se ostenta el derecho de enunciar algo con
respecto a un cuerpo sin el consentimiento del portador del mismo? Hablamos de una apropiación del
cuerpo de la mujer. En el tren, en el colectivo, en la calle... las
mujeres fuimos a lo largo de la historia armando estrategias para
sentirnos menos invadidas y evitar el acoso que en definitiva, restringen nuestra libertad en el espacio público, lugar masculino
por antonomasia. Por ejemplo, asistir a una reunión o transitar en
una calle a la noche se convierte en menos peligroso si vamos
acompañadas de un varón. Esto instaura
y confirma el mensaje “una mujer sola esta en peligro”, y pone en movimiento la maquinaria de segregación y restricción del sistema
patriarcal. En
el espacio público se hace evidente que la apropiación de nuestro
cuerpo es una batalla que debemos seguir dando.
Rita
Segato en el mismo libro al que recién hicimos referencia, le dedica
un apartado a la violación, en tanto mandato de poder en las
relaciones de género. Este “expresa el precepto social de que ese
hombre debe ser capaz de demostrar su virilidad, en cuanto compuesto
indiscernible de masculinidad y subjetividad, mediante la extracción
de la dádiva de lo femenino (…) En otras palabras, el sujeto no
viola porque tiene poder o para demostrar que lo tiene. Sino porque
debe obtenerlo” (2010: 40). Considerando que, como citamos al
inicio, para esta autora cuando habla de abuso del cuerpo del otro no
solo refiere a la violación carnal, se comprende que en realidad
esa apropiación del cuerpo de la mujer en cualquiera de sus formas
tiene por fin demostrar su masculinidad ante sí mismo y ante la
sociedad. Pensemos sino que sucede cuando los “piropeadores” están en grupos: en esas ocasiones es claro que se habla de un cuerpo
(cosificado de la mujer) cuyo destinatario es otro cuerpo (el del
sujeto masculino), en una actitud de camaradería que los reconoce y
posiciona en el lugar de la masculinidad definida por el patriarcado.
Para
intentar explicar lo que nos produce a las mujeres este acceso a
nuestro cuerpo sin nuestro consentimiento, Segato define la
“violación alegórica” en la cual “no se produce un contacto
que pueda calificarse de sexual pero hay intención de abuso y
manipulación indeseada del otro” (2010:40). Esta situación
desencadena en la mujer el mismo sentimiento de terror, dolor,
humillación, que podría causar una violación carnal, ya que nos
antecede y atraviesa una profunda estructura de sometimiento que
conecta con el terror de esos actos de poder. Y este es un temor que
vivenciamos las mujeres: en la vía pública un varón puede sentir
inseguridad por ser asaltado, pero una mujer siente además el terror
de ser una potencial víctima de violación.
Es
esto lo que muchas veces sentimos las mujeres cuando somos receptoras
del acoso callejero. Ese cuerpo fragmentado por la voz y la mirada
masculina, ese acorralamiento a veces literal, esa sensación al
pasar por una esquina adueñada por varones, puede activar el miedo a
la violación ya que nos rememora que toda mujer es potencial
víctima de esa violencia y de la cual no sabemos cual será el final.
Segato
postula que la alegoría por excelencia de este tipo de violación es la mirada fija masculina en su “depredación
simbólica del cuerpo femenino fragmentario” (2010: 41). En la
mirada fija no hay intercambio posible ya que es imperativa, de
captura. Es decir instaura un par activo-pasivo del cual ya conocemos
las características.
Más
allá de sus distintos nombres (piropos, acosos, violaciones
alegóricas, etc), siempre estamos hablando de que se acercan a
nuestro cuerpo sin nuestro consentimiento. Tras este acoso disfrazado
de piropo se esconde la violencia simbólica, la heteronormatividad y
el patriarcado.
Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino
Bibliografía
-Bourdieu, P.: La dominación Masculina. Anagrama, 2000.
-Benalcazar, M.: Piropos callejeros: Disputas y negociaciones. Flacso Ecuador, 2012. Tesis de Maestría.
-Segato, R.: LAs estructuras elementales de la violencis. Ensayo sobre género, antropología, el psicoanalisis y los derechos humanos. Prometeo Libreos, 2010
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Me encantó!
ResponderEliminarEl piropo es una práctica social tan instituida que toda referencia a su connotación negativa implica de parte de los varones, una crítica como "están locas". En este aspecto, desnaturalizar esta práctica recibe como contrapartida dichos como: Las chicas también nos dicen cosas en la calle". Estos temas suelo trabajarlos en clase y llevan a discusiones muy fuertes, dado que la estructura patriarcal está fuertemente instituida entre las y los estudiantes. La noción de cuerpo que habita en nosotras y nosotros todavía da cuenta de la dominación de los varones sobre nuestro cuerpo. De a poco y a partir de los casos que se leen en los diarios y la reflexión sobre los casos de violencia, como así también reflexiones sobre la violencia institucional, laboral, etc. comienza a haber una comprensión de estos temas. Pero, la idea de que nos merecemos por de parte de los varones, un elogio a nuestra "belleza" o alguna parte del cuerpo lleva también la idea de que a través de nuestra vestimenta provocamos. Me parece que ese punto requiere mucho trabajo. Es decir, trabajar con la idea de cuerpo y que el cuerpo es nuestro. Y que marca la frontera con el Otro.
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