“La mujer, tal como es, es un individuo
completo: la transformación no debe producirse
en ella, sino en cómo ella se ve dentro del
universo y en cómo la ven los otros”
Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, 1972, p. 49
Si partimos de la idea (errónea a nuestro modo de ver) de que el arte es una entidad autopercibible por su sola condición de ser arte, y que lxs seres humanxs poseemos una cualidad para poder detectarlo, puro y limpio de cualquier funcionalidad, despojado de adjetivos calificativos, efectivamente esta cuestión deja por fuera las condiciones históricas que realmente hacen a que una obra determinada de la literatura, pintura, escultura, etcétera, sea considerado - o no - arte.
Esta concepción del arte ha respondido a la pregunta ¿por qué determinado sector de la población no produjo arte durante un determinado lapso de tiempo? con la sola idea de la creación artística como una especie de don de la humanidad que beneficia a unos pocos. La elección del masculino para designar a los productores del arte no es inocente, ni pretende ser genérico, el “unos pocos” marca que sólo los varones pudieron acceder durante mucho tiempo a ser considerados productores de arte, que además está determinado porque alguien/algunos y con menos frecuencia algunas, deciden qué es considerado arte. Podemos concluir, aunque no sea una novedad, que durante mucho tiempo a las mujeres se les ha negado voz, en el más amplio de los sentidos.
¿Influyen las relaciones de poder en la producción de arte? De acuerdo a la concepción de Schucking, sí, precisamente, las relaciones de poder determinan lo que es arte y lo que no. ¿Por qué la literatura femenina estuvo muy ausente de este campo? ¿Es que no existía literatura escrita por mujeres o había una decisión deliberada para ignorarla, o incluso suprimirla?
Si autores que marcaron y aún marcan el pensamiento occidental construyeron una femineidad subalterna, como Aristóteles, que consideraba a la mujer como “el defecto, la imperfección sistemática respecto a un modelo” -el masculino-; Santo Tomas de Aquino, quien opinaba que “la mujer necesita al marido no sólo para la procreación y la educación de los hijos, sino también como su propio amo y señor, pues el varón es de inteligencia más perfecta y de fuerza más robusta, es decir, más virtuosa"; o Rousseau, que aún hoy se sigue leyendo gracias a su construcción sobre el contrato social, y que en su obra “El Emilio o De la Educación” escrita en 1762 fundamentaba la división sexual del trabajo en detrimento de la mujer y también era de la idea de que las mujeres no tienen la misma capacidad de uso de la razón que el hombre, por ello deben dedicarse, casi exclusivamente, a complacerlo. Así las cosas es innegable el afán por construir a la mujer como inferior, incapaz por ello de producción artística.
Picasso, Mujer escribiendo, 1934.
La importancia de la literatura escrita por mujeres no se relaciona con un esencialismo ingenuo, sino más bien con la necesidad de que encuentren un lugar las voces de la mitad de la población, que podamos conocer cuál es su particular visión de los acontecimientos, cómo vivieron y viven, cómo percibieron y perciben, cómo valoraron y valoran la realidad que las rodea.
En 1848, se celebró en Seneca Falls, Estados Unidos, la primera Convención sobre los derechos de las mujeres, dando origen así al incipiente feminismo estadounidense. El resultado de la misma fue la Declaración de Seneca Falls, que en su apartado 13 establecía que “el varón ha procurado, por cuantos medios tuvo a su alcance, destruir la confianza de la mujer en sus propias capacidades, disminuir el respeto por sí misma y hacerle aceptar el vivir una vida de dependencia y servidumbre”.
Si tenemos en cuenta que el arte es una manifestación humana, es lógico relacionar que los varones siempre tuvieron privilegios en relación con la manifestación de sus ideas, en contraposición de la no-voz que tuvieron las mujeres. Sin embargo, tal y como lo señala Virginia Woolf, las mujeres sí han sido objeto de representación artística e incluso en pleno siglo XX, la abrumadora mayoría de los libros escritos sobre mujeres respondían a una autoría masculina.
La literatura tiene la virtualidad de dar voz a quienes no la tienen, aunque para las mujeres, tampoco la literatura les aseguró ese espacio, porque también fueron excluidas de este campo artístico, o muchas veces invisibilizadas sus producciones y aportes a la literatura.
Es muy útil para entender la ausencia de la mujer en la autoría de las producciones de arte, el ejemplo que da Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia sobre una imaginaria hermana de William Shakespeare, a la que nombra Judith. Esta comparación resulta maravillosamente ilustrativa de por qué cree la autora que las mujeres no están visibles en la historia de la humanidad, y particularmente en la rama de la literatura, y esa no-presencia se relaciona con el rol que se les asignó socialmente, que las alejaba indefectiblemente de las actividades públicas ejercidas por los hombres. Con esto nos demuestra que la mayoría de las veces no hace falta tener talento, porque la sociedad no da lugar a que ese talento se manifieste. La ausencia de educación, la analfabetización de muchas mujeres, la naturalización de una inferioridad construida culturalmente, las condiciones materiales de existencia determinaron que las mujeres puedan o no producir literatura, se las deje o no producir literatura.
Al respecto de Judith, Virginia nos cuenta que, reaccionando contra una boda que no le apetecía, “Hizo un paquetito con sus cosas, una noche de verano se descolgó con una cuerda por la ventana de su habitación y tomó el camino de Londres. Aún no había cumplido los diecisiete años. (…) Se colocó junto a la entrada de los artistas; quería actuar, dijo. Los hombres le rieron a la cara. (…) Judith no pudo aprender el oficio de su elección. ¿Podía siquiera ir a cenar a una taberna o pasear por las calles a la medianoche?” (2008:36). Esta imagen es confirmada por Dora Barrancos cuando nos dice que “las funciones fundamentales de la maternidad y el cuidado de la familia, que se creían constitutivos de la esencia femenina, la eximían del ejercicio de otras responsabilidades. Estas tareas eran incompatibles con las rudas responsabilidades “de la cosa pública”, cosa de hombres” (Barrancos, 2007:11)
Es tan patente la exclusión de las mujeres para producir arte, que cuando éstas comenzaron a escribir firmando con nombres de mujeres (no es novedad que muchas lo hicieron firmando con nombre de varón, por requerimiento editorial como, entre otras, Charlotte, Emily y Anne Bronte; Eduarda Mansilla, Emma de la Barra de Llanos en Argentina), cuando las mujeres se incorporaron masivamente al género literario, se creó una nueva categoría para éste, denominándose literatura femenina, como si fuera un tipo diferente de literatura. De acuerdo a ello, pensar en mujeres literatas nos exige pensar en la literatura como categoría dividida: literatura por un lado, y literatura escrita por mujeres por otro.
En el ámbito nacional, si pensamos un instante en quiénes son los referentes de la literatura argentina, enseguida se nos vienen nombres como Borges, Cortázar, Bioy Casares, Ernesto Sábato seguidos por Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Enrique Molina, Leopoldo Lugones, e incluso podemos llegar hasta los primeros exponentes como Esteban Echeverría, José Hernández , Ricardo Güiraldes, y Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, “La familia del Comendador” escrita por Juana Manso en 1854 puede considerarse la primera novela escrita y publicada por una mujer o por un varón en el país. En consonancia con lo expresado por Carla Lonzi: “La mujer ha tenido que sufrir su condicionamiento al ser reconocida como principio de inmanencia, de quietud, y no como otro modo de trascendencia que ha permanecido reprimido, a instigación de la supremacía del hombre. Hoy la mujer enjuicia” (1972:53).
Según la autora Lea Fletcher la irrupción de las mujeres en la vida literaria del país tiene su explosión después de que se generalizara la instrucción escolar, a partir de 1823 (Fletcher, 2007). “La quena” escrita en 1845 por Juana Manuela Gorriti se considera el puntapié inicial de la tradición narrativa femenina argentina. Además, la autora señala la trascendencia de la obra en cuestión para provocar un cambio del statu quo cuestionando la dependencia femenina y la toma de conciencia que las responsabilice para la participación en la esfera pública. Estratégicamente, la obra se dirigía a las mujeres.
Aunque Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla de García, Josefina Pelliza de Sagasta y Clorinda Matto de Turner son señaladas por Dora Barrancos como las precursoras de la narrativa argentina (2007), hay muchos nombres de mujeres en la literatura de nuestro país que son desconocidos para el grueso de la población: Margarita Rufina Ochagavía quien fuera la primera en escribir sobre prostitución. Mercedes Rosas de Rivera (M. Sasor), la hermana de Juan Manuel de Rosas, escribió dos novelas, en una de las cuales se aborda el tema de arriesgarse a subvertir el rol asignado por las mujeres en esa época (Maria de Montiel- 1861). Rosa Guerra, Margarita Práxedes Muñoz y Lola Larrosa de Ansaldo fueron mujeres que escribieron y publicaron durante el siglo XIX en nuestro país (Fetcher, 2007).
No es la intención de esta entrada nombrarlas a todas, pero sí repensar la literatura nacional desde otro lugar y contestarle a quienes pensaron en el arte como algo por fuera de las condiciones históricas de la humanidad, atravesando la literatura por la categoría género.
Es interesante la reflexión que hacen las mujeres, a través de la literatura, de su condición de subordinación y la necesidad de revertir esta situación, de ubicarse como sujeto histórico al lado del varón. ¡Cuánta reflexión nos habríamos perdido si las mujeres no tomaban la pluma entre sus manos! Virginia Woolf lo postula como una obligación de las mujeres: hay que escribir para lograr la emancipación. No podemos estar más de acuerdo, ya que seguimos en la construcción de una igualdad material, real; y por ello es necesario que la voz de las mujeres se escuche, y se lea la de aquellas que ya no están pero dieron el primer paso en la narrativa femenina y argentina. Las condiciones materiales de existencia condicionan las producciones de arte, y en este momento florecen las obras escritas por mujeres, debemos aprovechar la coyuntura y convertirla en una estructura.
Julieta Evangelina Cano y María Laura Yacovino
Bibliografía
• BARRANCOS, Dora (2007) Mujeres en la sociedad argentina. una historia de cinco siglos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.
• CALVERA, Leonor, (1990) “Mujeres y feminismo en la Argentina” Grupo Editor Latinoamericano, Argentina.
• CROCE, Benedetto (1913) «Lección primera: ¿Qué es el arte?», en Breviario de estética. Traducción de José Sánchez Rojas. Colección Austral. Madrid, Espasa-Calpe, 1985.
• FLETCHER, Lea , (2007) Narrativa de mujeres argentinas : bibliografía de los siglos XIX y XX / edición literaria a cargo de Lea Fletcher - 1a ed. - Buenos Aires: Feminaria Editora, 2007.
• LONZI, Carla (2004) Escupamos sobre Hegel. Rivolta Femminile, Milan, 1972.
• SCHÜCKING, Levin Ludwig (1923) El gusto literario. Capítulos 1-2. Traducción de Margit FrankAlatorre. Primera edición en español corregida y aumentada. México-BuenosAires, Fondo de Cultura Económica, 1950.
• WOOLF, Virginia (2008) “Una habitación propia”, Seix Barral Biblioteca Formentor, Barcelona, España.